El
autor de esta nota es un amigo de esta asociación , el Sr. Luis Bueno, abogado, de 30 años, (se trata de un joven con esposa pero aún sin
hijos), quien realizó las siguientes reflexiones:
Entre exigencias y
expectativas:
Hace unos días
una persona muy querida se lamentaba de lo exigentes que habían sido sus padres
con ella en su infancia. Le pregunté de qué modo se había
manifestado esa exigencia, si había implicado una presión sostenida en una
determinada disciplina o aspecto. No supo responderme, le pregunté si en lugar
de ello, habían tenido altas expectativas para con ella. Me dijo que sí que eso
era, y que no cumplir esas expectativas, la había frustrado a lo largo de su
vida, y la había frustrado tanto cumplir como no cumplir algunas de esas
expectativas.
Las
expectativas son vagas, imágenes que se hacen y deshacen. Las exigencias, en
cambio, implica una aplicación sostenida en el tiempo; la exigencia está en el
aquí y ahora mientras que la expectativa se funda en el futuro.
A
través de la exigencia ajena y el esfuerzo propio, puede uno se perfeccionarse en
una técnica o conocimiento. Pero la exigencia implica un acompañamiento, una
presión para salir de una zona de confort. La expectativa sin una exigencia
queda en el mundo de las los deseos, pues no se plasma. La exigencia sin
expectativas parecen ejercicios inútiles de la voluntad.
Es curioso que
las expectativas sobre los demás nos suelen alejar de las exigencias para con
nosotros mismos. Tal vez, por eso, sea más sencillo tener expectativas.
Sin
embargo, las expectativas para con los otros y también para con nosotros mismos
- pues somos corcel y jinete- requieren de una sensibilidad: un niño demuestra
aptitudes intelectuales y es alentado por sus padres para que juegue a la
pelota; una niña muestra un talento artístico y es virada hacia las ciencias y
así tantos otros casos.
Nos jactamos de desear lo mejor para nuestros
seres queridos, pero eso que deseamos a menudo no contempla a la persona que
tan bien decimos querer. Deseamos vestir a otros con trajes que nosotros
quisiéramos llevar sin preocuparnos si son de la medida o gusto de quien los
usará.
De Luis Bueno
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